jueves, 11 de enero de 2018

Contransdicciones


Te pasas la vida intentando encajar. Encajar en el pequeño recuadrito que te han asignado porque, como naciste con un pito entre las piernas, pues te dijeron que eras un niño, y que de mayor debías convertirte en un hombre de provecho, un señor respetable. Y tú te lo crees, porque eres de natural obediente y cumplidor(a) y no te gusta llevar la contraria. Así que, aunque hay algo que no te acaba de cuadrar, les haces caso, porque también te han enseñado a fuego que los mayores siempre llevan razón, y tú como no quieres alborotar pues eso, les haces caso. Y vives como un niño e intentas hacer cosas de niño, aunque lo que de verdad te encantaría es estar con las niñas y jugar a sus cosas, pero como eres un niño católico, apostólico y romano, y además no eres de llevar la contraria, pues te aguantas y sigues haciendo de niño. Aunque a veces no puedes evitar cogerle a escondidas la ropa a tu madre, y rezar a Dios para que por la mañana tengas otra cosa entre las piernas y puedas decirle a tu madre “yo no he sido, ha sido Dios, yo no quería”, aunque claro que sí que querías. Y porque eres cobarde y lo último que querrías es que te pasase lo de ese niño de tu clase que se pinta las uñas y los demás lo meten de cabeza en el cubo de la basura gritándole de forma ensordecedora “¡maricón!”, a pesar de que no sabes qué significa eso de “maricón”, pero es evidente que debe ser algo malísimo.

Y creces disimulando, reprimiendo cualquier atisbo de pluma que te pueda salir, porque eso sería descubrirte, como los judíos en tiempos de nazis, y te armas de una coraza que impide, con un lastre de plomo, los movimientos afeminados... e intentas pasar por un niño, aunque no te sale lo de jugar al fútbol (y lo has intentado, de verdad, pero no hay manera...), ni lo de dar golpes gratuitos a los amigos, ni eso de hacer el borrico a la mínima ocasión... Y a pesar de eso, haces buenos amigos, y tu familia te acepta y te quiere porque eres un niño estudioso, obediente, respetuoso y bueno. Pero tú sigues sabiendo que algo no encaja, no acaba de encajar.

Y de repente eres un chico (nunca pude decir la palabra “hombre”, me daba repelús) con carrera universitaria, de esas que dicen que dan dinero, y tienes una buena vida familiar y social, a pesar de que tus amigos de vez en cuando te dicen “qué raro eres”... pero le sigues cogiendo a escondidas la ropa a tu madre... Y cuando empiezas a trabajar y a ganar un poco de dinerillo lo primero que haces es comprar algo de ropa de mujer en un hipermercado, a ser posible muuuuuy lejos de tu casa (no sea que alguien te conozca), y guardarla en el máximo de los secretos. Y cuando tienes algo más de dinero alquilas un trastero donde la guardas, y desde donde (inevitablemente) de vez en cuando sales vestida como lo que sientes que eres, para dar un paseo a altas horas de la madrugada, mejor a ser posible si está lloviendo, para poder ir con abrigo hasta el cuello y paraguas, no sea que cualquiera te descubra y te pegue una paliza o te tire una piedra, o algo peor.

Y un día eres un adulto, y te has construido esa vida respetable por la que tantas personas matarían... pero sigues sintiendo que es una farsa. Y llega un momento en el que la asfixia es tal que sientes que no puedes respirar, y necesitas salir a tomar aire, y ser tú, ser tú misma, esa chica, esa mujer, que tú siempre has sabido que eras, pero que jamás te has atrevido a ser, porque corría peligro tu vida. Porque te podían matar, porque durante estos años has leído (a escondidas) muchas noticias, y reportajes, y libros, y has visto películas, y sabes que te ha tocado lo peor que puede haber en el planeta en el que te ha tocado nacer: contradecir la primigenia e intocable etiqueta que se imprime a todo ser humano que nace vivo: ¿es niño o niña?

Y como te ahogas, el instinto te dice que debes respirar, a toda costa, a cualquier precio. ¿Que me pueden matar? Lo sé, pero si no respiro también moriré. ¿Morir?: es una opción. Pero... ¿y si saliera bien? Y empiezas la “transición”. Y afortunadamente te sale bien, requetebién diría yo, aunque no es gratis (de los precios que se pagan, altísimos precios, otro día hablamos). Y empiezas el camino. Y te llaman “valiente” (¿valiente, yo? Si tú supieras...), y lo cuentas pacientemente a quienes te rodean, una, dos, tres, cuarenta y siete, setenta y dos... mil veces. Y, como quien se tira desde un trampolín, lo haces. Haces el cambio, el proceso, la transición, como se llame. Con (nunca lo habría imaginado) éxito. Y llega un día en que te dicen que eres un referente, que no hay muchas como tú, y puedes ayudar a quienes están como tú estabas hace... ¿milenios, siglos? Eso parece, pero en realidad fue... ayer.

Y cuando crees que lo tienes todo bajo control, cuando ves que por fin has encajado en el otro recuadrito, en el que no te asignaron, en la parte opuesta del muro de metacrilato que llevas viendo desde que tienes memoria... cuando piensas que todo está correcto, resulta que lees aún más libros, y conoces personas que te hacen replantearte todo, todo, todo, absolutamente todo el mundo en el que creías que vivías, y tienes conversaciones que te abren la mente de par en par, como cuando ventilas el dormitorio por la mañana, y que te deslumbran y te dejan helada y sin resuello, porque... ¿y si no hubiera recuadritos? ¿Y si esa elección que tuviste que hacer con apenas uso de razón no hubiera habido que hacerla? ¿Y si todo es un juguete que hemos inventado los seres humanos para distraernos (construcción social, le llaman)?...

Entonces... ¿qué he hecho hasta ahora? ¿He hecho el tonto, la tonta? ¿Es que no había ningún recuadrito que cumplimentar? ¿Acaso podría yo haberme quedado donde estaba pero siendo “natural”, dejándome llevar por mis impulsos irracionales (ay, impulsos cubiertos por capas y capas de educación, más dura que el mármol a mis quejas...)? ¿Y cómo es “ser natural”? Yo no puedo saberlo, lo enterré en cuanto tuve uso de razón...

Así que, si las categorías sociales, si el género en concreto, es algo creado por los humanos... si esa frontera que divide al mundo en dos, no existiera... ¿Tendría sentido transitar hacia ninguna parte? Si todo fuese una sopa de individuos únicos, heterogéneos, libres e irrepetibles, mundo en el cual nadie se sintiese ofendido por cómo es su vecino (qué maravilla, ¿sucederá algún día?), ¿sería necesario ser transgénero? Ahora que, por fin, a mi edad, he entendido quién soy y lo que soy, ¿ahora vuelvo a no tener sentido?

Toda la vida intentando encajar, y por fin lo he conseguido. Y al final del proceso, parece que no había que encajar en ninguna parte... Me dicen que lo que hace falta es cambiar el mundo, que somos los seres humanos quienes hemos inventado un sistema que hace infelices a las personas, y que debemos destruirlo... Y que me toca a mi unirme a esa revolución. Y yo me pregunto: maldita sea mi suerte, ¿por qué demonios debemos las personas trans cambiar el mundo? ¿Por qué tenemos que llevar sobre nuestros hombros esa abrumadora responsabilidad? ¿Por qué debo yo de liberar a la Humanidad? ¡Pero si yo soy cobarde, muy cobarde! ¿No os dais cuenta?... ¿Cómo voy a hacer eso? Además, que es muy fácil pedir eso por parte de quienes no saben lo que implica...

Si todo en fin es una construcción artificial, si todo podría ser, o haber sido de otra forma, ¿tiene sentido mi lucha? Si no existe ni el hombre ni la mujer, ¿entonces soy, o no soy, una mujer? ¿De verdad que me he pasado toda mi existencia ocultando que me gusta pintarme los labios, para ahora concluir que pintarse los labios debería ser libre? Y lo peor es que no puedo estar más de acuerdo: claro que sí, claro que no debería haber barreras entre géneros, y ni siquiera debería haber géneros, pero... ¿eso en dónde me deja? Cuando creí que ya sabía quién era... ¿quién soy yo entonces?


Yo sólo quería encajar...

jueves, 21 de noviembre de 2013

Gimnasio... por fin

Pues fui al gimnasio, como cualquier otra mujer, me metí en el ascensor, donde se hizo un silencio sepulcral... no sé si por mi o por qué, porque no miré a nadie (me iba a comer el móvil, lo reconozco, de tanto mirar para abajo...) 

Entré a la sesión de spinning (bici estática, vaya) y nada, ajusto el sillín, empiezo a pedalear... pues lo de siempre, sólo que esta vez, en el espejo, estoy yo ^_^ Nadie dijo nada, ni bueno ni malo, simplemente se esforzaban en respirar y pedalear. Supongo que por la emoción, pero me hice una sesión digna de una maratón: 167 pulsaciones de media, 195 de máxima! Como si tuviera 25 años, ja ja ja! 

Terminamos, me voy al baño de discapacitados (es individual, tiene cerrojo y no hay que ver a nadie), me cambio de camiseta, y me voy para mi casa. Nada más. Y nada menos. 

En vez del ascensor me bajo por la escalera, y voy recorriendo planta por planta el centro comercial en el que está el gimnasio. Está casi vacío, pero me apetece respirar aire, y no ocultarme. Ver los escaparates que casi me sé de memoria, esta vez sin disimulo, con regodeo. Para casa, ducha, cena y a dormir. 

Es chocante, pero pensaba que la sensación iba a ser más de vértigo. Pues no: está siendo de una serenidad apabullante, tranquilidad, paz. Como el pájaro que levanta, por fin, el vuelo, y se dice sin sorpresa "claro que vuelo, normal, soy un pájaro". Y sí, mucha, mucha, mucha impaciencia. Hoy, comiendo con mis padres, quería contárselo, pero otra vez no me he atrevido... necesito que lo sepan, ya, no puedo seguir mucho más tiempo así, pero... :/

  

sábado, 26 de octubre de 2013

Pelo

Es mío. Y lo quiero.

Otras tienen, tenéis, cabelleras estupendas, onduladas o lacias, rubias o morenas, o cobrizas, o con reflejos, o bien os podéis permitir haceros mechas californianas. Yo no. Yo no puedo.

Como en el caso de tantas otras mujeres, yo no tengo un cabello del que presumir. Mi pelo no tiene suficiente con dejarlo crecer, hay que ir a comprarlo a una tienda. El mío hay que ponerlo y quitarlo, no es suave sino áspero, raspa un poco en la nuca, pica a veces, y no se lava con esos maravillosos champús que anuncian las modelos en la tele, a cámara lenta, mostrando sus cabellos como si fuesen un arco iris de felicidad... no, el mío se lava con detergente, de prendas delicadas (y tan delicadas, ay) sí, a mano, y con mucho cariño.

Pero me gusta. Lo quiero. Es verdad que hay que mirar constantemente de dónde viene el viento, no sea que me lleve un mal recuerdo de esta tarde que estaba siendo tan bonita... y que cada vez que lo cepillo se me encoge el estómago cuando veo la excesiva cantidad de hebras que se desprenden cada vez, y que acerca inexorablemente el momento de volver a la... bueno, para mis adentros me gusta llamarlo peluquería; al fin y al cabo, el sitio donde se venden pelucas, ¿cómo debería llamarse, sino peluquería?

Sin él no soy nada... Mentira: sí, sí soy, soy la misma de siempre, pero me cuesta más verme a mi misma, y que me vean los demás. Sin él mi identidad se tambalea... hay que ver, depender de algo tan material como esto... y sin embargo, tan esencial para toda persona que pisa el planeta. Y quien diga que no, tenga o no pelo en la cabeza, miente cual vil bellaco.

Sí, lo quiero, porque con él me veo mejor... dejémoslo en que “me veo”, con eso basta. Los demás me conocen, me identifican, y me quieren (gracias, gracias, gracias). Cuando pienso en que, para ser verdadera, debo depender de un “objeto” externo a mi, me acuerdo de a quienes les falta un dedo, un brazo, un ojo (descansa en paz, grande, María, piloto) y sin embargo muestran ese valor y entereza, esa fuerza tan femenina y a la vez tan universal que nos hace seres humanos.

Así que lo acepto. Lo quiero. Me lo quedo como parte de mi. Además, cuando me preguntan si es mío, contesto que por supuesto que sí: lo he pagado yo. Con dinero, y con otras cosas que no son materiales.


martes, 8 de octubre de 2013

Auto-transfobia

Pues me acabo de dar cuenta de algo tremendo: si la transfobia es "la negación de la identidad sexual de las personas transexuales", entonces... yo he sido una persona transfóbica, toda mi vida.

La actitud negativa contra la transexualidad, el no aceptar que el sexo cerebral es "el que manda", el considerarla como algo "a corregir"... no, nunca he ofendido a nadie, siempre he respetado y entendido a las personas transexuales, no lo he ejercido contra nadie más... que mí misma.

Sí, hasta hace poco he sentido vergüenza de que se descubriera lo que realmente soy y siento, miedo de salirme de la norma, he intentado buscar explicaciones de por qué soy así que en realidad pretendían encontrar una justificación o una "cura", porque en el fondo siempre he pensado que "esto no estaba bien". Sí, he sentido durante toda mi vida fobia contra mi propia persona. Llámale "baja autoestima", "auto-rechazo"... lo que quieras. Yo me rechazaba por ser como soy. Porque no aceptaba la transexualidad como algo natural, que no es ni malo ni bueno sino que simplemente existe, algo que puede pasarle a cualquiera... incluso a mi.

Y aunque, afortunadamente, ya lo acepto totalmente, aún hay algunos "detalles" que, para mi sorpresa, me hacen ver que esa fobia es fuerte, muy fuerte: cuando le he contado este tema a alguien como si me estuviera disculpando, algo así como "he intentado por todos los medios remediarlo, pero es imposible"... o cuando he sentido vergüenza de que se me notaran ciertos gestos, o me pillaran ropas escondidas, o restos de maquillaje... o al fingir que era un “macho”... o al no poder referirme a mi misma diciendo, con todas las letras, “soy una mujer, y transexual”. O al no estar orgullosa de ser quien soy.

Aún sigo viviendo como hombre (casi) a diario, sé que no durará mucho más, me da pánico el momento del “gran salto”, pero sé que sucederá en cuanto sea el momento oportuno... mientras tanto, y por supuesto después, voy intentar por todos los medios erradicar de mi esa fobia que no sabía que tenía, ese odio hacia lo transexual que me ha hecho negarme todo este tiempo.

Y pido perdón: me disculpo por tanto tiempo de (auto) rechazo, ante vosotras, ante vosotros, y sobre todo ante mí misma.



viernes, 4 de octubre de 2013

Tengo que decir una cosa...

Tengo que decir una cosa, y me gustaría decirla aquí. Os va a parecer una tontería, o redundante, o que ya lo haya dicho antes... pero no, siempre lo he estado dudando, nunca lo había expresado con claridad, y es ahora cuando por fin lo veo claro. Por fin puedo decirlo. Son solo cuatro palabras, pero se me saltan las lágrimas cuando las digo, o las escribo: 

Soy una mujer transexual :)


miércoles, 15 de junio de 2011

Quizás en otra vida

Quizás en otra vida, yo tendré sus piernas... quizás en otra vida, yo tendré sus brazos... y su pelo, y sus pechos, y esa cintura diminuta que me hace rabiar de envidia...

Quizás en otra vida, yo seré como ella, y entonces otras, como yo ahora, me envidiarán a mi, y quizás yo las entenderé, o quizás no...

Quizás en otra vida, yo seré como he querido ser en esta, pero no me ha tocado el premio de serlo, y aunque intento esforzarme, y acercarme a lo que quiero ser, sé que nunca llegaré a conseguirlo, al menos plenamente, y me tengo que conformar con breves momentos de paz en los que me siento yo misma, como su hubiese nacido así, como si esta fuese esa otra vida...

Pero no hay ninguna otra vida, no, no lo creo, solo hay esta, imperfecta y llena de espirales que no conducen a ninguna parte, de preguntas sin respuesta y respuestas que corresponden a las preguntas de otros, pero no a las mías...

Y si la hubiera, ¿qué? ¿De qué me sirve pensar que en otra vida, o reencarnación, o lo que quiera que fuese, voy a estar bien, voy a ser plenamente yo? ¿De qué me sirve, si lo que me falla es esta de aquí y ahora, esta existencia llena de ansiedad y viajes sin brújula hacia ninguna parte? ¿Si lo que yo quiero es “haber sido”, no “a lo mejor ser”? ¿Si lo que quiero es, con diferencia, lo más difícil que puede querer nadie?

Quizás, a lo mejor, quién sabe... es posible que esa otra vida ya sea esta, que lo que yo tengo que hacer es convertir la una en la otra, activar el resorte que transmuta existencias falsas en verdaderas... pero ¿cómo se activa, dónde está el botón?

En realidad, sí que lo sé... pero pulsar el botón es caro, tremendamente caro. El precio que hay que pagar para pasar a esa otra vida es, precisamente... esta.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Mal

Pasando una mala, muy mala racha... qué duro es tener que elegir entre lo que eres y lo que amas... Separación, me temo... tremendamente duro, como elegir entre cortarte el brazo izquierdo o el derecho.

Desearía que esto no hubiera acabado así

Sandra